Cuando has vivido evadiendo la opinión de los espejos, atreverte a
hacer medio topless en público es un triunfo. Menos incómodo que antes en mi
pellejo, he decidido publicar este prematuro selfie de verano que es, en
realidad, un grito vikingo de liberación. (Y de yapa, unas sencillas
pastillitas de autoestima para gordos).
Come solo cosas ricas. Con la autoridad que me confiere la
experiencia de toda una vida haciendo todas las malditas dietas del universo,
te garantizo lo siguiente: si tu dieta es demasiado estricta, si no es variada,
si te cagas de hambre y, sobre todo, si no es rica, la vas a abandonar. Nadie
–que no sea un ave de corral– desearía jamás tener que desayunar salvado,
alpiste, afrecho ni mucho menos chía. Ni almorzar un cerro de lechuga criolla.
Nadie. Haz tu propia lista de cositas ricas que no te enchanchen y fabrica tu
dieta solo con eso: cebiche, palmitos, palta, pastel de acelga, olluquito,
manzana verde, maracuyá, filete de atún, crema de zapallo, ensalada César,
cebiche y más cebiche. Rico, pe’.
No te peses. Al trash con la balanza. Yo no sé cuánto
peso ni quiero saber. ¿Para qué? Si cuando te pones gordo todo el mundo te lo
enrostra, pero, cuando dejas de estarlo, eres el único que se da cuenta. Nada
más exasperante que pesarse todas las mañanas y ver que la puta aguja jamás se
mueve. Lo mejor es guiarse por la ropa. Si ya te aprieta, ponte a dieta. Ese
axioma nunca falla. Si comienza a aflojar, vas bien. Y si tienes que empezar a
comprarte tallas menos, aprovecha y renueva tu clóset como justo premio por
haber triunfado. Eso es todo lo que necesitamos saber. No somos bultos de
equipaje para la bodega. ¿Para qué cuernos querríamos pesarnos?
Sal del gym. Salvo para ciertos marcianos con suerte, ir
al gimnasio es una tortura del infierno. Seamos francos. Te da flojera, las
repeticiones te aburren y todo aquel obsceno despliegue de narcisismo
homoerótico de los musculositos comparando sus respectivos grosores ante el
espejo te produce un poco de vergüenza ajena. No tienes que ir al gym solamente
porque es cool. Si no lo disfrutas, sal de ahí. Búscate un ejercicio que te
proporcione placer, alguno debe de haber. Tras mi fractura lumbar, me recetaron
la natación como medio de rehabilitación y ahora me siento tan increíblemente
bien que ya no puedo vivir sin nadar a diario. No todos nacimos para levantar
pesas, pero, eso sí, todos tenemos un deporte, encuentra el tuyo.
No te comas el preservativo. O, si te suena mejor, el preservante. Lo
natural es mejor, no hay tu tía. Más rico es sin preservativos artificiales. O
sea: no chizitos, no cereales de colorinches, no gaseosas, no cubitos, no
Ajinomen. He leído religiosamente a Sacha Barrio y lo tengo claro, pero hasta
que no me mude a la pequeña casita en la pradera dudo mucho que me vaya a
levantar por la madrugada a fabricar mi propia leche de almendras para cortar
con ella mi café de cebada tostada. No, thanks. Una amiga talibana del
naturismo me decía que, antes de meterme algo a la boca, me hiciera siempre
esta simple pregunta: ¿y en qué árbol crece esto? Alguna de las mejores cosas
que te vas a meter en la boca no crecen en los árboles, tesoro. Y olvídate, de
paso, de las calorías, que eso es otro invento diabólico del imperialismo
yanqui. A mí que no me vengan a romper las pelotas con las calorías porque
luego resulta que, para quemar las calorías de un pan con mantequilla, tienes
que subir y bajar 200 veces todas las escaleras de Castañeda haciendo ranitas.
Toma más vino. Nunca entendí esa tonta costumbre copiada
de los restaurantes gringos. Ni bien te sientas a la mesa te zampan un florero
lleno de agua. Y luego viene el mozo y te pregunta: ¿Va a desear agua con gas o
sin gas? Pero, ¿qué carajo…? ¿Vinimos a bañarnos o tenemos pinta de gladiolos
recién cortados? ¡Ocho vasos al día, dicen! No jodamos. Tecito helado o
limonada y me hidrato con gusto, pero ¿hay algo más aburrido que andar
rellenándose el tanque de agua? Mejor nos tomamos un vinito que inspira,
perfuma y propicia mejores conversaciones. Un vasito al día aleja al médico de
tu vía. Causita, ¿sabes qué? No eres Gisele Bündchen. No impresionas a nadie
con tu veintiúnica botellita de Evian rellenada al infinito con agua de caño,
alucina.
El arroz es el diablo. No me cansaré de repetirlo. Y el pan blanco
y el fideo, desde luego. Si ya tienes treinta años o más, tanto peor: anda
imaginando hasta dónde te va a colgar esa papada de pelícano viejo. Resígnate a
admitir como dogma de fe esto que te voy a decir: ya no puedes seguir
rellenándote de pan y de arroz todos los días. Ya no. Detente, Satanás. Puedes
comerte un pan, media taza de arroz muy de vez en cuando. Una vez por semana;
digamos, dos. Los domingos y feriados. Nada más. Pero si quieres cebar un
lechón para esta Navidad, sírvele esa bomba de carbohidratos que tú y tu
familia cotidianamente se están empujando: medio kilo de harina blanca en el
desayuno, medio kilo en el almuerzo y medio kilo en la cena. Listo, a fin de
año tendrás como resultado tu particular versión del chancho monstruoso que se
come al abuelo malvado en el cuento más famoso de Ribeyro.
Ya te llenaste. Dice Susy Díaz que ella decreta con la boca
porque la boca es muy poderosa y yo le creo. Y aquí el truco consiste en
repetir “ya me llené” desde el arranque. Nos hemos malacostumbrado a que el
menú de cada día tiene que ser, necesariamente, una tragazón digna de Mistura
antes de regresar a seguir criando culo a la oficina: entrada, sopa, segundo,
postre, refresco, pan y café. No veo por qué tendrían que respetarse siempre
los siete pasos como si fuera un menú de degustación para luego tener que salir
directamente a comprar una sal de Andrews. Hazme caso: cuando salgas a comer,
pídete un par de entradas –ensaladas o tiraditos, por decir algo– y compártelas
como piqueo con tu acompañante sin dejar de recordar en voz alta lo repletos
que están: ¡Qué tal empanzada!, ¡cuánta comida! Tu cerebro se acabará
convenciendo. Pero, ¿y el segundo? Mañana. ¿Y el postre? El domingo. Y, listo,
ya se llenaron. Pidan la cuenta y regrésense a pie repitiendo: ¡Qué manera de
comer!, ¡estamos empachados! Repítanlo hasta que sea cierto. (B.O)