martes, 11 de marzo de 2014

CITA EN EL PARQUE BOLIVAR


Unas de las tardes más agradables fue la que tuve ayer. Después del almuerzo me preparé a terminar el último artículo que me habían comisionado los encargados de la Asesora Periodística. Lo hice sin apurarme, porque no sentía el paso del tiempo y parecería, como si las agujas de los relojes se retrasaban y la hora acordada nunca llegaba.
Empero, todo eso es falacia e inevitable, porque los minutos iban in crecento” y no se podía hacer nada para detenerla. El tiempo es lo mas inexorable de toda las cosas que Dios ha creado y al pasar nos vamos haciendo, cada vez más viejos. Ya dejamos lo años mozos o aquellos en que fuimos niños, que solo nos interesaba jugar y estar bajo la tutela de los padres. ¡Qué bellos tiempos!.
Ahora, recuerdo, mucha agua ha transcurrido desde el día que salí de casa de mis padres, fue por los años de 1978, cuando una vez mi padre me llamó la atención de hacer “sufrir a mi madre” por mis constantes llegadas tarde a casa. No podía dejar de llegar a altas horas o primeras horas del día siguiente y mi madre, se desvelaba hasta verme entrar a casa y recién ahí, se tendía a cama, junto a mi padre para dormir algunas horas y levantarse a las 7 am. a preparar el desayuno para mis hermanas y mi papá..
Yo llegaba tarde porque mis clases en la universidad terminaban a las 10.45 pm y me retrasaba con las conversaciones  de mis compañeros en el aula, hasta que el portero un hombre entrado en años y con cara de pocos amigo son apagaba las luces del pabellón y teníamos que salir corriendo porque era preludio de que todo el edificio se quedaría sumido en el más completa oscuridad.
Habían día, no mejor dicho noches que luego de eso nos íbamos al frente de la Facultad que estaba en el Ovalo Gutiérrez, frente a la Iglesia, donde baña una cafetería llamada La Campana y pedíamos el sándwich preferido por todos los futuros “tunde teclas”, “un campollito”  y su acompañamiento, un vaso de chicha morada, hummm que delicia.
Por ese motivo es que casi todos llegaban a sus casas pasadas la media noche y yo, no era la excepción. Por ese motivo es que en ese año tomé la determinación de salir de casa y alquilarme un cuarto en un distrito cerca del trabajo y a mi centro de estudio. Viví ahí y era mi lugar sacro porque jamás ningunos de mis amigos y compañeros de trabajo lo conocieron.
Llegaba y me tendía cuan largo soy y me quedaba dormido con la ropa del día. No había tiempo para cambiarme o sacarme la que había usado.
Así fue cuando terminé mis estudios universitarios, no sé si mis padres se sentirían orgullosos de mi, pero cada vez que mi padre encontraba alguna información en el diario sobre la institución gubernamental donde laboraba. Lo recortaba y guardaba, porque presentía que el autor de esa nota era su hijo. Y tenía mucha razón en ello,
Pero una vez, cuando por primera vez salí en cámaras de televisión, durante la firma de un acuerdo muy importante para los intereses a la nación, junto al titular del ministerio,  el no tuvo la suerte de verme en ese mismo instante, porque fueron  sus compañeros de trabajo, quienes le contaron. El no paró hasta conseguirse una copia del noticiero y verlo a cada momento que pudiera y … en silencio.
No continúo más con mis recuerdos porque un colega me hace volver a la realidad cuando me dice: Juancarlos, tu artículo ya fue llevado al cliente y está conforme con el ángulo enfocado y las fotografías que lo acompañan están buenas. Yo solo encogí los hombros y mire el reloj. Eran las 2.30 pm.
Wuauuuu, ya falta solo una hora. Cogí mi celular y sin despedirme de la secretaria, salí del edificio y ahora que me doy cuenta, no recuerdo la forma cómo bajé los cuatro pisos que hay de la oficina hasta la calle. Creo que volé en un abrir y cerrar de ojos.
Llegué a la calle y respirando largamente divisé a un colega que se dirigía a su vehículo y añoré mi Nativa roja, pues no tengo auto en Perú, sin embargo no pierdo las esperanzas de comprarme una Terios del color que me gusta, rojo. Le dije al colega: “por donde vas?” y el me respondió: Salgo por la Brasil y llego a Bolognesi.
“No, no, no voy para mi casa, sino para Pueblo Libre y antes debo almorzar algo, porque tengo una cita con una mujer”, le manifiesto y él cortésmente me dice, “pues te dejo en el Ovalo de la Brasil…(?) Pero, si deseas, mejor nos vamos a almorzar juntos a un restaurant de la Sucre”,
Eso me gustó y acepté la sugerencia. Estaba nervioso y comí algo muy ligero. Miraba la hora a cada momento y cuando de pronto me levanto impulsado como por un resorte y dejo un billete en la mesa, despidiéndome de mi colega. Había llegado la hora. Eran las 3 y 45 y faltaba un cuarto para el encuentro.
Voy por una calle donde está el Bolivariano, restaurant turístico muy conocido en la zona y mirando si encontraba alguna cara conocida pasé de largo y me llamó la atención un enorme cartel donde decía “Computación para Adultos” y me intereso entrar y pedir informes. Quizás lo hice tratando que sea ella quien llegue primero.
Entré a los altos de la academia o centro de capacitación, o qué se yo, pero la oficina está vacía y pienso que si es otro individuo que entra en ese instante se llevaría el celular, la memoria USB y un disco duro que había en el escritorio de recepción. Pasan varios minutos hasta que asomo por una de las aulas y aún así la profesora no se percata que un desconocido está ahí.
Hago un esfuerzo para llamar la atención y no hay rastro de la persona encargada de dar informes. Hasta que me adentro a otra aula y le digo al docente: - No hay quién de informes? El, asombrado porque un extraño está en las instalaciones y conocedor de la ausencia de la secretaria, llama con voz fuerte un nombre, que hace retumbar todo el local.
Una mujer viene y recién se percata que hay alguien merodeando su ambiente y me pregunta lo que necesito saber. Al darme todos los informes a manera de despedida le manifiesto que tenga cuidado con abandonar su puesto porque cualquier día puede entrar algún facineroso y llevarse todo lo que hay ahí. Pero ella sin inmutarse solo dice: está bien.
Abandono el local y apresuro mis pasos. Volteo por la calle y entro a un pasaje que me era familiar. Ahí quedaban las oficinas donde trabajaba mi padre como Administrador de Correos y telégrafos, de la ENTEL PERU. Anteriormente ésta pertenecía al Gobierno Central. Siempre visitaba a mi progenitor cuando salía de colegio,
Haciendo un “paneo” de la zona, vi a Bolívar con su mirada hosca que guarda el Parque, El museo a mi izquierda, tenía un cartel que decía: Ingreso Gratuito. ¡Viva!, ahora la historia se puede ver sin pagar. Me puse contento con ese escrito. Me dije para mis adentros: voy a regresar cualquier día para visitarlo.
Pero la hora es la hora y ni un minuto más o un minuto menos. Empiezo a sudar frio y no sé dónde esperarla. Si lo hago al frontis de la municipalidad, me descubrirá al instante, pero si lo hago en la parte opuesta y tirado a la izquierda por donde se va a la entrada del Cuartel, ahí si no me podrá ver.
Con mi raciocinio simple de perspectiva, me senté en una banca mirando al interior del Parque. En esa banca se divisaba como una atalaya todo el lugar. No había entrada que no se divise. Miraba el pasaje por donde ingresé, la calle Vivanco, por ambos lados y las dos que cortaban esta.
Asimismo, podía divisar a las personas que llegaban al parque desde el Cuartel y cuya vía era un camino silencioso y no apta para las personas que viven es ese distrito que aún conserva rasgos de su historia nacional. Hasta ahí llegaba los linderos de un pueblo llamada Magdalena vieja.
Estaba sentado en esa banca cuando de repente hace su aparición una mujer con una chompa de lana, color celeste. Haciendo memoria, pienso que puede ser ella, pero a medida que se acerca y deja mirar su falda del mismo género y color azul, que la hace ser una mujer demasiado conservadora. Digo: no, no, ella no puede ser. Y tuve razón.
Otra señora tomada del brazo de otra mayor hace su aparición y con un porte de dama. Me aseguró que sería ella, pero al llegar a mi lado, me mira y no me quitaba la mirada. Pienso que si, es ella. Pero en el momento que iba a pronunciar su nombre. Ella se ríe y lanza una mirada al cielo. Era una señora que sufría de trastornos mentales.
Uff, ufff, pujaba, porque mi nerviosismo iba creciendo, hasta que una persona hizo su aparición por el mismo lugar que yo llegué. Parecería que me había leído la mente. Lo hizo con la misma intensión que yo, (o. no?) Luego comprendí que no era eso, sino que el camino más cerca de su casa al parque era ese.
Al llegar a parque, empezó a mirar por todo el lugar y empezó… por donde yo estaba y al instante me descubrió.
Ahí, está ella mostrándome su linda sonrisa miraba con esa expresión  que trasluce toda su personalidad, me gustó tanto ese gesto que como un robot me erguí y le levanté la mano en señal de: - ¡Aquí estoy!.
Se acercó y a medida que lo hacía, su figura se iba agrandando hasta que estuvo a mi lado. Me moría de nervios, mis manos sudaban y creo que una gota de sudor empezó a surcar mi frente para suicidarse desde mi quijada. ¡Dios mío que me estaba pasando!
Le di un besito en su mejilla como saludo amical y ella me puso el rostro para sentir su faz. Fue un momento máxime de emociones y balbuceando unas palabras, la invité a sentarnos para “conversar”, mientras me reponía de mi alud de emociones. Fue algo como para escribir en mi libro.
Conversamos y en cada palabra, nos fuimos reconociendo cómo somos. Ninguno escondió nada y fuimos genuinos en todo lo acontecido,. Hasta que una llamada al celular nos cortó la comunicación. Contesté con un: perdón, tengo una reunión, le devuelvo la llamada mas tarde.  
Nos reímos por mis palabras y cuando a ella, también la llaman, era su hijo que estaba preocupado porque sabía que su madre se encontraría con un “desconocido”. Ella le confirmó que no había peligro y que no se preocupara. Pero en realidad algo había dentro de ella, porque “temía algo”.
Como corolario de la reunión, la invite a ir a tomar un café. En la conversación me confesó que estaría en Perú hasta el mes de Setiembre porque ha logrado que le den la visa al país del norte y reunirse con su hija menor que está mas de diez años.
Doy gracias al Todopoderoso por haberme dado una amiga como ella, Mujer esforzada en todo. En la formación de sus hijos, en los trabajos que realizó y en el amor que brindó a los suyos. Además por aguantar todas las vicisitudes que atravesó en su vida marital. Nadie como ella.
Dios la bendiga.
¡¡¡¡¡¡Bravo por ella!!!!!!!

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